Qwerty: entendiendo las letras del teclado

Una palabra que no se puede evitar leer cada vez que uno se sienta ante la computadora es "qwerty".
Y es que así están dispuestas las letras en los teclados del mundo del alfabeto latino o romano, con una excepción que confirma la regla: Francia y su "azerty".
Por eso, ya sea en una vieja máquina de escribir o en una computadora de última generación, en un teléfono inteligente o en una tableta táctil, el qwerty parece casi inevitable.
El estándar ha cambiado además muy poco desde que se estableció allá por el siglo XIX. Si acaso una "eñe" por acá, una "arroba" por allá, el símbolo del euro, de la libra, del dólar o incluso de la rupia india... Pero, básicamente, casi siempre qwerty.
¿Cómo es posible que se convirtiera en un estándar tan extendido una combinación de apariencia tan desordenada? ¿De dónde viene?
Como cuenta Nick Baker, en el último tercio del siglo XIX, el "nuevo mundo" comenzó a mecanizarse y la estandarización lo invadió todo, desde el calibre de las balas para rifles y revólveres, hasta el teclado de las máquinas de escribir.
La competencia para imponer un modelo único se disparó. Y así fue que Christopher Sholes, funcionario del puerto de Milwaukee, senador por Winsconsin y a veces incluso editor de un periódico, se lanzó a inventar no "otra" máquina de escribir sino "la" máquina de escribir.
El reto era básicamente mecánico: había que conseguir un dispositivo que combinara una interfaz sencilla con la "complicada" tecnología de la tinta, tipos, palancas y resortes.
En su primer intento, Sholes dispuso las letras alfabéticamente. No parecía mala idea, pero por culpa de tanto orden y la velocidad de los mecanógrafos, el mecanismo terminaba por atascarse.
Las pequeñas barras que imprimían las letras no paraban de chocar entre sí y enredarse.
Fue precisamente por eso que Sholes optó por una fórmula que redujera la velocidad: desordenó las letras y el resultado es lo que todavía se puede leer ahora: qwerty.
Entre otras cosas, esta distribución permitía separar en el mecanismo interno la letra h de la t, las dos letras más usadas en inglés.
En 1873 el estándar fue adoptado por la fábrica Remington, famosa por sus máquinas de coser.
Y pronto traspasó las barreras del inglés y llegó a la mayoría de los idiomas europeos.
En la actualidad existen alternativas más racionales que sin embargo no consiguen ganar la batalla.
Ya en la década de los años 30, el experto August Dvorak denunció la baja productividad del qwerty y diseñó un teclado ergonómico con el que pretendía sustituirlo.
Quienes lo probaron percibían que era más rápido y preciso. Pero ya era demasiado tarde.
Como el casete batió al Súper 8 y luego el VHS al Betamax, qwerty ya había ganado la guerra.
Por otra parte, si lo que de verdad se quiere es velocidad y precisión, una mejor opción sería el taquígrafo, como los que se usan en los juicios o en las sesiones parlamentarias.
Estas son máquinas con 22 teclas con las que se puede escribir a la velocidad del habla, a unas 180 palabras por minuto, o tres palabras cada segundo.
"Un buen taquígrafo le puede ganar a un usuario de qwerty con las manos amarradas", afirma Mary Sorene, taquígrafa que explica que eso se debe a que teclean "sílabas y no letras".
El problema, sin embargo, es que la taquigrafía es bastante más difícil de aprender que la mecanografía.
Tampoco falta quien piense que una mejor solución sería deshacerse de los teclados.
Después de todo, la tecnología de reconocimiento del habla, que ya usan los teléfonos modernos, está en la actualidad muy avanzada.
Pero, ¿se podría plantear el reconocimiento de voz como una alternativa al teclado?
No, de acuerdo con Dan Dixon del Centro de Investigación de Cultura Digital de la Universidad del Oeste de Inglaterra.
"Las investigaciones muestran que a la gente le gusta pensar y teclear más que pensar y hablar. Dictando es más duro organizar los pensamientos", comenta.
Es decir, qwerty está aquí desde hace tiempo y, de momento, para quedarse.
Para muestra, cada nuevo aparato que se lanza al mercado siempre, sea físico o virtual, se aparece al usuario con la misma carta de presentación: qwerty.
Excepto, claro está, en Francia.

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