El curioso caso de Benjamin Button

Disfruté de esta pelicula el fin de semana pasado, me dejo pensando un buen rato en su tematica y creo que a nadie deja sin llamar la atención.
Me imagino que existe en la mayoría de los hogares: una caja en la que se guardan botones. Botones que se han caído de sacos o blusas, de repuesto que vienen con prendas nuevas, que salieron o se cayeron de quién sabe dónde pero que forman parte de la colección en la que uno hurga cuando busca uno. Siempre me ha atraído la gran variedad de materiales, formas, colores y texturas de los botones que, al tiempo de cumplir una función práctica, también adornan nuestras prendas y marcan modas.
Los botones no sólo forman parte del nombre del protagonista de El extraño caso de Benjamin Button, de David Fincher, sino que hablan también del oficio de su padre y marcan los créditos iniciales del filme. Por cierto: el título del filme, que habla de caso y de botones, no es original sino que viene de la novela corta Curious case of Benjamin Button, que Scott Fitzgerald publicó en 1921 y que incluyó en su colección Tales of the Jazz Age. La novela, que se puede leer en Internet, narra de manera lineal el nacimiento, la vida y muerte de Benjamin Button, quien nació como octogenario y se fue haciendo cada vez más joven hasta morir como bebé. La adaptación al cine por el guionista Eric Roth “empaca” la historia de vida de Benjamín, escrita como diario y convertida en flash backs de un relato que parte de la agonía de una anciana ,quien le revela a su hija el secreto que ha guardado toda su vida. ¿Le suena a telenovela? Sin duda, la película tiene material para un melodrama pero el tratamiento y el tono son distintos y recurren a géneros híbridos que nos recuerda que Eric Roth ha escrito guiones como Forrest Gump (1994) y Munich (2005).
Las historias de personajes extraños y extraordinarios son bastante populares en el cine. Por un lado sirven para ilustrar el tema de la discriminación, pero también muestran que cada humano tiene rasgos o épocas en las que da la sensación de no encajar con los demás. Ejemplos como Freaks (Browning, 1932), El Hombre Elefante (Lynch, 1980), También los enanos (Herzog, 1970) o Benjamin Button no son más que expresiones del sentimiento de extrañeza y enajenación que siente cada ser humano en ciertas épocas.

Pero El curiosos caso de Benjamin Button también ilustra temas universales como el hubiera…, tanto en su versión de frustración como en la versión fatalista de no poder regresar el reloj y remendar lo que “el destino” nos deparó. Las escenas que ilustran el tema son, sin duda, mis preferidas de todo el filme: el inmenso reloj de estación cuyas manecillas corren al revés porque el ciego que lo construyó anhela el regreso de su hijo, muerto en la guerra, o la escena donde se deconstruyen las circunstancias que llevan a un accidente de tránsito que trunca el futuro de una bailarina de ballet. El montaje es maravilloso porque traduce en lenguaje cinematográfico lo que, a menudo, nos preguntábamos desde que éramos niños.

Entre los aciertos del filme de Fincher hay que mencionar también los homenajes estéticos a épocas del cine —como las divertidas escenas que ilustran cómo un anciano recuerda las siete veces que lo “partió un rayo”— o la estética publicitaria con la que se ilustra a Benjamin con lentes de sol y en motocicleta al estilo de Easy Rider (1969) o James Dean en Rebelde sin causa (1955). Las alusiones culturales y estéticas abarcan casi un siglo: desde la Primera Guerra Mundial a principios del siglo XIX hasta la devastación de Nueva Orleans por el huracán Katrina en 2003. A los aciertos habría que agregarle las actuaciones y los efectos visuales digitales y el maquillaje que permiten que el espectador acepte como verosímil el caso de un bebé que nace como octogenario. Los desaciertos me parecen radicar sobre todo en el guión, no tanto por su manera sumamente elíptica de narrar la historia sino por interrumpir el flujo de la narración con insistentes escenas de la agonía de la vieja, el acercamiento del huracán y la filosofía vital de frases hechas. El desenlace —y no sólo el desenlace— reduce a los personajes en seres de un solo registro y con un solo deseo en la vida: “Hay quien sabe de botones, hay quien atraviesa el canal de La Mancha a nado, hay quien nace como viejo, hay quien ama a una sola mujer y hay quien baila”. Es decir: ¿Para muestra un botón? Me parece una conclusión pobre para la adaptación de una historia enigmática de Scott Fitzgerald y una película de David Fincher cuyos filmes oscuros Siete Pecados Capitales(1995), El club de la pelea (1999) y Zodiaco (2007) nos habían intrigado e inquietado.

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