Programa SETI, entre la ciencia y la fantasia

La noche del 22 de octubre de 1998 empezaron a correr rumores sobre la recepción de una señal de origen inteligente proveniente del sistema estelar binario EQ Pegasi, situado a 22 años luz. Decía que había sido detectado por un ingeniero británico llamado Paul Dore que trabajaba para una empresa de telecomunicaciones. Los datos se difundieron por Internet y la paranoia se desató. Ningún radiotelescopio del mundo detectó nada de EQ Pegasi. “Durante 10 días hemos estado buscando un fantasma”, comentaba Paul
Shuch, director de SETI Lea que, una organización de 900 aficionados repartidos por 49 países, dedicados a la búsqueda de señales extraterrestres. El asunto empezó a oler a fraude al saberse que el supuesto descubridor no se había atenido a los protocolos de actuación establecidos por la Academia Internacional de Astronáutica y el Instituto Internacional de Leves del Espacio.
A esto le sumamos que quien lo anuncié en Internet, en un grupo de discusión ligado a SETI League,lo hizo anónimamente... El informante también decía que el radiotelescopio alemán de Effelsberg —el mayor de Europa— había confirmado la señal, pero fue desmentido por los responsables de operación del instrumento. Cada vez la historia se parecía más a una tomadura de pelo. Incluso en la elección de EQ Pegasi. Esta binaria hizo saltar las alertas ese mismo septiembre por una observación hecha desde el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico) englobada dentro del programa de trabajo del SETI Institute, la organización que recogió la antorcha de la NASA cuando el Congreso cancelé la financiación pública al proyecto de búsqueda de civilizaciones extraterrestres. Terminó siendo una interferencia terrestre.
De esta broma —o tomadura de pelo— se sacaron dos conclusiones: primera, los protocolos de detección funcionaron; segunda, que enseguida aparecieron pseudocientíficos y autotitulados investigadores de misterios que, viendo cómo los científicos involucrados negaban la información, empezaron a hablar de conspiraciones científicas mundiales.
Una cosa es clara: gracias a que dominamos la comunicación mediante ondas electromagnéticas, somos la única especie del planeta capaz de anunciar su presencia en el cosmos. ¿Somos también únicos en la galaxia? ¿Existen otros seres inteligentes en el universo? Esto es lo que tratan de responder los científicos vinculados al SETI.

La comunicación con otros planetas usando ondas de radio es tan antigua como la propia radio. En 1899, dos años después de descubrirlas H. Flerzt, a Nicolás Tesla se le ocurrió esta posibilidad luego de observar que el Sol también las emitía. Dos años más tarde, el nombre de Guglielmo Marconi acaparaba la tapa del New York Times: “El anhelo de Marconi es usar la radio con las estrellas”. Allí, el inventor italiano manifestaba que ésta sería la mejor forma de comunicarnos con seres de otros planetas. De hecho, al año siguiente afirmaba que sus estaciones de radio habían recibido señales que podrían ser extraterrestres. Claro que toda esperanza se desvanecía cuando uno se daba cuenta de que eran letras del alfabeto Morse: ¿no sería fascinante que los extraterrestres lo usaran en sus comunicaciones? Marconi no se desalentó y en la primavera de 1922 se dedicó a la caza de señales de marcianos —en el sentido estricto— con su barco Electra por todo el Atlántico.
La martemanía alcanzó su máximo esplendor los días 22 y 23 de agosto de 1924 cuando, bajo la dirección del astrónomo David P. Todd, el ejército y la marina de EE.UU. realizaron un apagón total de sus comunicaciones, salvo las estrictamente necesarias, con el loable propósito de detectar cualquier emisión proveniente de Marte. Los habitantes del planeta rojo no podían defraudarnos y se recibieron “misteriosas señales” en distintas estaciones. ¿Estarían preparando una invasión?
El desarrollo de la radioastronomía marcó el futuro de lo que en la década de los 70 se conocería por SETI, la búsqueda de inteligencias extraterrestres. El puntapié inicial lo dieron en 1959 dos físicos de la Universidad de Cornell, Giuseppe Cocconi y Philip Morrison, al publicar en la prestigiosa revista Nature un trabajo que se convertiría en un clásico: Searching for interstellar communications. En él proponían que la mejor manera de buscar extraterrestres era escuchando en la longitud de onda de radio de 21 cm. ¿Por qué? Porque si existen y poseen una ciencia al menos tan avanzada como la nuestra, sabrán que es una de las mejores formas de conocer el universo, puesto que el hidrógeno emite preferentemente a esa longitud de onda. De hecho, es básica en radioastronomía. Sin tener ni idea del trabajo de estos físicos, un joven radioastrónomo llamado Frank Drake había llegado a la misma conclusión. Contratado para operar los radiotelescopios del recién fundado National Radio Astronomy Observatory (NRAO), en Virginia Occidental, Drake comenzó el 8 de abril de 1960 su Proyecto Ozma: apuntar el radiotelescopio Tatel, de 26 metros de plato, a dos estrellas cercanas y parecidas a nuestro Sol, Tau Ceti y Epsilon Eridani.
En el verano de 1971, la NASA auspició un encuentro de trabajo donde se debía diseñar la mejor estrategia para detectar posibles señales extraterrestres: el Proyecto Cyclops. También conocido como La Biblia de SETI, fue el documento-base durante todo el siglo XX. Hoy existen numerosos programas de búsqueda afiliados a distintas universidades y centros de investigación. Incluso se han ampliado al rango óptico (OSETI), ya que algunos piensan que las comunicaciones entre civilizaciones avanzadas podrían realizarse con láseres de alta potencia, algo así como fibras ópticas cósmicas...
Con todo, la cuestión pendiente es qué pasará el día que realmente recibamos un mensaje de origen extraterrestre. En este sentido, tenemos un ensayo de lo que podría ocurrir. En febrero de 1992, dos equipos se dispusieron a jugar un sorprendente juego de rol: simular el primer contacto de radio entre humanos y extraterrestres. Este interesante ejercicio ya había sido realizado con anterioridad por miembros de la organización Contact, pero ésta era la primera vez que se llevaba a cabo meticulosamente; bueno, tan meticulosamente como se pueda hacer este tipo de experimentos.
Un año antes, el plantel de directores de Contact había decidido que esta vez el juego sería bastante sofisticado, de manera que pudiera atraer a patrocinadores de prestigio. Al final pudieron constituir dos equipos compuestos por físicos, psicólogos, artistas, geólogos, escritores de :cencia-ficción... El objetivo era muy simple: el equipo humano debía ser capaz de interpretar el mensaje del equipo extraterrestre, que trabajó durante un año para preparar el mensaje. Y llegó el momento de la transmisión el equipo humano, compuesto por unas 16 personas, estaba, además, conectado vía correo electrónico con un gran número de posibles consultores. Todo parecía listo, pero la primera transmisión, el primer contacto entre dos razas alienígenas, no resultó. ¿El motivo? Bien sencillo. Los extraterrestres utilizaban computadoras PC mientras que los humanos usaban Macintosh. A nadie se le ocurrió incorporar el software necesario para poder traducir el mensaje de un equipo informático a otro. Todos aprendieron la moraleja: si las propias computadoras humanas presentan problemas a la hora de comunicarse entre sí, ¿qué inimaginables problemas aparecerán cuando logremos comunicarnos con extraterrestres de verdad?
Primer contacto: El descubrimiento de vida inteligente en otros mundos sería uno de los grandes hitos de la historia de la Humanidad. ¿ Cómo nos influiría ? ¿ Entraríamos en una Edad de Oro o sería una catástrofe?
Era la noche del 30 de octubre de 1938. CBS Radio transmitía música de Ramón Raquello y su orquesta, en directo desde el Salón Meridian Room en el Park Plaza de Nueva York. De pronto interrumpieron la emisión para anunciar que se habían visto destellos azules en la superficie de Marte. Poco después se informaba que un meteorito acababa de caer cerca de una granja en Nueva Jersey. La invasión marciana había comenzado.
La recreación de La Guerra de los Mundos dirigida por Orson Welles fue tomada en serio por millones de estadounidenses. Una mujer reconoció no haber abrazado una radio tanto como esa noche, mientras apretaba contra su pecho un crucifijo. Adaptaciones similares también han provocado pánico: en 1944, en Santiago de Chile, el gobernador sacó los militares a las calles, y en 1949, en Quito, decenas de miles de personas huyeron asustados. Des-pues, en represalia, quemaron la emisora y mataron a 20 personas. ¿Reaccionaremos así ante un contacto? ¿Cómo responderíamos? ¿Cambiaría en algo nuestra visión del mundo? Estas y otras preguntas han rondado la cabeza de los científicos del programa SETI desde sus comienzos.
En 1961, la NASA patrocinó un estudio donde se discutió sobre “las implicaciones del descubrimiento de vida extraterrestre”. Los autores resaltaron que las reacciones dependerían del sustrato religioso, cultural y social del momento. El mero conocimiento de la existencia de vida en el universo podría provocar tanto un fuerte sentimiento de unidad de la raza humana como una reacción global a algo extraño. Y advertían que la antropología había mostrado que muchas sociedades, “seguras de su lugar en el universo, se han desintegrado cuando se han tenido que asociar con otras que no conocían, con ideas distintas y diferentes modos de vida”. Sugerían que serían los científicos quienes más se verían afectados por el descubrimiento de una inteligencia superior.
Las consecuencias de un encuentro intrigaba a la mayoría de los científicos y fue tema central en el simposio celebrado en 1972 en la Universidad de Boston. Para el premio Nobel George Wald, no concibo peor pesadilla que establecer comunicación con una civilización de las que llamamos tecnológicamente superiores"
Otros, como Carl Sagan, hablaban de los grandes beneficios que tal contacto nos aportaría: “Restablecería un contexto cósmico a la Humanidad”. Evidentemente, los temores de Wald encontraron poco apoyo entre los participantes.
Entre los científicos sociales, el único que se hizo eco del tema fue Lewis W. Beck, que propuso que tanto la ciencia popular como la ciencia-ficción nos habían preparado sobradamente para este tipo de encuentro, de modo que cualquier señal extraterrestre sería completamente olvidada a las pocas semanas de su descubrimiento. Pero éste no sería tan importante como la cadena de consecuencias posteriores, que cambiarían nuestra visión del mundo de modo no previsible.
El optimismo se desató a principios de los 70. Se hablaba de nuestra “herencia galáctica” y de “la salvación de la raza humana” gracias al contacto, en un escenario tipo Enciclopedia Galáctic, donde cada civilización aportar su granito de arena a esta macropedia; significaría el final de nuestro aislamiento cósmico. Durante los 80, poco se hizo por entender sociológicamente lo que sucedería: todo quedaba en las buena palabras de Sagan o en las más pesimistas de Stephen Jay Gould “Un resultado positivo sería el evento más cataclísmico de toda nuestra historia intelectual”,
En los primeros años de los 90 se lanzaron estudios sistemáticos para evaluar los efectos de una detección, pero todavía hay muy pocas investigaciones, en forma de encuestas, sobre la llamada Cuestión Impacto y la mayoría se han realizado en Estados Unidos, donde mucha gente cree que la existencia de vida es muy probable. Una encuesta realizada en España confirma este punto: más del 80 por ciento piensa que hay vida, aunque sólo sea bacteriana, en el universo. Sin embargo, en general, somos más escépticos a la hora de creer en seres inteligentes y aún más en la existencia de civilizaciones más avanzadas que la nuestra.
La encuesta, realizada entre los visitantes de la página web de la revista Muy Interesante de España, contabilizó más de 3.500 respuestas tanto de aquel país como Hispanoamérica. Han aparecido correlaciones interesantes. Los ateos y agnósticos sor más proclives a pensar que existe vida extraterrestre. Entre los creyentes, son los protestantes los más escépticos. Es posible que la imagen de Jesús viajando de planeta en planeta para redimir a los extraterrestres del pecado sea la causa de esta postura. Esta hipótesis también explicaría el hecho de que es entre los practicantes de cualquier religión cristiana donde encontramos un mayor número de escépticos.
No se encontraron diferencias significativas entre hombres y mujeres. La creencia en fenómenos paranormales sí influye en las opiniones sobre el tema. Entre quienes creen en la astrología y los espíritus no hay nadie que afirmara que estamos solos.
¿Qué impacto tendría en la sociedad el descubrimiento de vida en otros mundos? Sólo para el 25 por ciento de los encuestados sería poco o nada importante. Pero la sorpresa surge cuando se les preguntó si ese descubrimiento cambiaría su visión del mundo desde el punto de vista religioso y filosófico: casi el 40 por ciento contestó que poco o nada.
Sobre si deberíamos contestar a un mensaje recibido del espacio, cerca de 8 de cada 10 piensa que sí, al igual que no es peligroso que nosotros enviemos mensajes dando a conocer nuestra existencia. Otro ante un contacto cara a cara. Son más los que piensan que si vinieran a la Tierra, lo harían en son de paz, mientras que seríamos nosotros los que responderíamos de forma violenta. También se preguntó dónde creían que podrían aterrizar. Aquí las respuestas fueron muy diversas, pero la más habitual fue un lugar deshabitado —los desiertos y los polos fueron los lugares recurrentes— y el océano.

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