La medida del Tiempo ....

No les ha pasado que se preguntan quien invento los días de 24 horas o las semanas de 7 días y los meses de 30 dìas y los años de 12 meses ... por que y para que ?¿
Las medidas generales de tiempo, distancia, volumen, peso y valor monetario son necesarias en cualquier nivel de organización social superior al estadio primitivo de agrupación tribal. Sin sistemas de medida apropiados difícilmente se pueden llevar a cabo empresas sociales comunes, sean éstas relaciones comerciales, tareas agrícolas, almacenamiento de productos, planificación de la guerra, etc. De todos los sistemas generales de medida, el más necesario es, probablemente, el registro del tiempo, el establecimiento de sistema fiable de predicción de las regularidades que permite a una determinada sociedad organizar sus actividades, sincronizar sus relaciones sociales, establecer predicciones y situar su pasado. Eso exige la armonización de diferentes ciclos naturales (el día, las estaciones, el desarrollo vegetativo), efemérides astronómicas (del Sol y de la Luna, principalmente, pero también de determinadas estrellas) y leyes matemáticas. Las diversas soluciones adoptadas para agrupar días han dado lugar a los distintos calendarios que conocemos, mientras que para establecer divisiones inferiores al día se necesitan, además, instrumentos de gran precisión, que sólo a partir del siglo XVII pudieron empezar a sustituir a los más rudimentarios relojes de arena, de sol o de agua. Un calendario es una forma concreta de agrupar días mediante un sistema de reglas que permite organizarlos en períodos determinados que llamamos semanas, meses, estaciones, años, eras, etc. Existen formas distintas de establecer secuencias comprensibles para esos conjuntos de días, secuencias que básicamente se reducen a tres según se basen en efemérides astronómicas, en fenómenos de la naturaleza inmediata (meteorológicos o vegetativos) o en determinados sistemas de numeración. Las primeras han dado lugar a los calendarios de carácter solar, lunar o lunisolar, que son la base de algunos de los más conocidos y utilizados (gregoriano, musulmán, hebreo).

A los segundos se les llama calendarios fenológicos (como el calendario celta) y a los terceros calendarios matemáticos (como el calendario de los 40 días).
Muchos de los calendarios tienen carácter mixto, y en concreto el nuestro recoge elementos solares, lunisolares y matemáticos, como tendremos ocasión de comprobar más adelante.
En los calendarios se introducen elementos cualitativos que dotan de individualidad a días concretos e incluso a secuencias de días; se trata de las fiestas y de los ciclos festivos, respectivamente.
Es por ello que además de establecer las pautas de recurrencia y regularidad de cualquier calendario conviene señalar las fiestas y los ciclos festivos, los cuales tienen un mayor interés en tanto que señalan tanto los puntos de inflexión, el tránsito entre unas unidades del calendario y las siguientes, como las efemérides de los «otros» calendarios integrados en el principal.
La vida del hombre se desarrolla en el tiempo, en él suceden los acontecimientos y los modos de pensar que forman la historia del mundo. De ahí que el hombre, desde su origen, haya intentado medir el «tiempo» del modo más exacto posible. El uso universal de datar por medio del año, el mes y el día, supone el uso de una misma era y de un calendario común. Iremos pasando revista a esos diferentes modos de fechar.
Se trata de una ciencia que se ocupa de la medida del tiempo, tanto desde el punto de vista matemático-astronómico, como del histórico-técnico. La Astronomía y la Matemática aplicadas a la Cronología informan sobre el conocimiento relativo al movimiento de los cuerpos celestes y la medición de tiempo. La Historia y la Técnica ilustran acerca de los cómputos usados de los diferentes pueblos para indicar las fechas y es este último aspecto el que nos interesa.
El calendario
El calendario regula la vida civil, social, religiosa y litúrgica, de ahí su enorme importancia. En él distinguimos un aspecto técnico-matemático -basado en la Astronomía y que determina sus tipos esenciales: calendario lunar, calendario solar y calendario lunisolar- y otro que presenta la evolución histórica que interesa al historiador, ya que supone la fijación cronológica de los sucesos y la reducción de las datas.
La voz «calendario» procede de calendas y según Pérez Millán «es la combinación de elementos cronológicos y consiguiente distribución del tiempo, usada en cada país para regular la actividad humana, señalando los días y épocas laborales y las festividades religiosas y civiles». Dicho de un modo más sencillo, son las reglas que determinan la forma más exacta posible de medir el tiempo. A lo largo de la vida de la Humanidad encontramos varios calendarios: el romano, el cristiano medieval, el eclesiástico, el moderno, el republicano francés, el musulmán, el azteca...
Está regulado, esencialmente por tres elementos: el día, el mes y el año a los que se añade, en algunas culturas, la semana.
El día.
El día es la unidad esencial y la división más natural del tiempo. Podemos distinguir tres tipos:
El día natural. Es el período de luz que se inicia con la salida del sol y termina con su ocaso, teniendo una duración variable -15 h. 6' a 8 h. 54', siendo en los dos equinocios 12 h. 60'- según las estaciones.
El día astronómico. Es el tiempo que utiliza la tierra en girar sobre su propio eje, con una duración de 23 h. 56' 4''.
El día civil. Es la medida convencional de 24 horas de 60 minutos cada una.
Encontramos diferentes modos de indicarlo:
El sistema romano.
Los romanos dividían el mes en tres partes desiguales que se iniciaban por las tres fiestas del calendario: las calendas (era el primero de cada mes), las nonas (el séptimo día en los meses de marzo, mayo, julio y octubre, y el quinto los demás) y los idus (se celebraban el día 15 en los meses de marzo, mayo, julio y octubre, y el 13 en los restantes).
El resto de los días se contaba de forma retrógrada, iniciando la cuenta desde la fiesta futura. El día que se inicia la cuenta se le denomina pridie (es el día anterior a la celebración de las calendas, las nonas o los idus) y al que sigue postridie ( es el dia siguiente al que se celebran las calendas, las nonas y los idus). Cuando debemos reducir a nuestro cómputo una fecha que lleve al lado de calendas, nonas e idus un numeral debemos usar una fórmula de reducción.
El ciclo anual de 365 días es un período temporal demasiado grande para establecer a partir de él proyectos y acuerdos a corto y medio plazo, por lo que conviene dividirlo en otros más «manejables» para la vida cotidiana, lo cual presenta dificultades nada desdeñables.
Si los 365 días del año fueran divisibles por los que tarda la luna en dar la vuelta a la Tierra, el problema estaría solucionado y probablemente todas las sociedades habrían evolucionado hacia un calendario de ese tipo: tantas lunaciones o «meses» equivaldrían a un año exacto.
Pero la Luna tarda 29 días y unas horas en cumplir su ciclo, y 365 y 29 son números primos entre sí, o lo que es lo mismo, no hay ningún divisor común que nos permita establecer entre ambos una relación matemáticamente productiva.
Por otra parte, 365 es un número con pocos divisores (sólo el 5 y el 73), por lo que las soluciones matemáticamente simples, sin relación con la Luna, tampoco son operativas.
Así pues, como no hay ninguna «solución», las distintas sociedades han elaborado «soluciones» particulares, que han dado lugar a los diferentes calendarios que conocemos, algunos ya desaparecidos, otros plenamente vigentes y aún unos terceros, que llamaremos nuevos calendarios, que pugnan por abrirse camino.
Una solución consiste en regirse tan sólo por la Luna, sin tener en cuenta el Sol, y eso ha dado lugar a calendarios lunares, como el calendario primitivo romano y el calendario musulmán.
En otros casos se intenta ajustar mediante correcciones un número de ciclos lunares a determinado número de años solares, lo cual da lugar a calendarios lunisolares como el antiguo calendario babilónico y el calendario hebreo.
Una tercera solución consiste en fijarse tan sólo en el ciclo solar, y ajustar los meses con criterios no lunares. Tenemos así un calendario solar, como el calendario gregoriano, el que utilizamos nosotros.
Pero también podemos utilizar subterfugios matemáticos para intentar ajustar los 365 días del año solar o los 29 del lunar con determinados números.
Si consideramos que el año tiene 360+5 días, es decir, 360 días «normales» y 5«especiales» (que se añaden después de los 360, pero que no «cuentan» para establecer los meses), eso nos abre nuevas soluciones, ya que el 360 es un número muy interesante desde el punto de vista matemático.
Así, se pueden establecer calendarios con meses de 20 o de 40 días, números que a su vez poseen un cierto interés matemático e incluso un simbolismo mágico nada desdeñable.
El calendario maya, por ejemplo, utilizaba meses de 20 días, y en nuestro caso, oculto en el calendario solar existen no sólo restos de un calendario lunar, sino de un calendario de 40 días que se hacen patentes en determinadas fiestas y en otros elementos culturales.
También podemos «reinterpretar» los 365 días de otra forma: supongamos que se trata de 364 días «normales» + 1 «especial». En ese caso se puede establecer un calendario de 13 meses de 28 días cada uno (364 = 13*28), y como, además, 28 = 4*7, eso permitiría dividir cada mes en 4 períodos de 7 días, aproximadamente equivalentes a cada una de las fases de la Luna. Esos períodos de 7 días actuarían también como unidad cronológica, la semana, unidad tan útil que aún la mantenemos y que hemos integrado en nuestro calendario, pese a que no tiene ninguna relación matemática ni con los 365 días del año ni con los 29 de una lunación.
Por esa y otras razones no es de extrañar que en la antigüedad hubiera calendarios de 13 meses, como el calendario maya y el calendario pelasgo, y que incluso haya nuevas propuestas, como el Calendario Fijo Internacional, que proponen recuperar aquella división.
Se adopte el criterio que se adopte, los meses deben ser identificados. Una solución puede consistir en ordenarlos numéricamente, pero en otras se ha preferido identificarlos mediante nombres propios (nombres de los meses), etc., o bien mediante descripciones fenológicas, como en el calendario revolucionario francés.

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